¡Quémate dÃa, quémate
en la —¡quémate dÃa!— hoguera
de la prisa!
¡Pronto la llama alta
que me espera otro tú, otro dÃa!
¡Más alta llama! Te echaré
porque te acabes antes
todo lo que me pidas.
Toda mi perfección guardada y seca,
ahorro de tantos años,
¡cómo la despilfarro,
viéndola chispear, brotar, chascando
para que ella me invente al consumirse
un mundo en blanco!
Desnudo del ayer, del hoy desnudo
¡qué ardiendo, qué saltando!
lo recordado —briznas—,
lo deseado —¡qué olor fresco de retama!—,
en la hoguera lo veo. Yo lo eché.
Pero aún me quedo yo.
Derecho, yo también
a la llama, a la prisa,
a llegar, a pasar, limpio, por fuego
más allá, al otro lado
—fénix, al otro dÃa—
del dÃa, de la prisa.